Roma, la ciudad de los Papas, capital del Renacimiento y del Barroco, conserva en su seno un lugar que la conecta con sus orígenes: el Foro Romano, el centro de la vida del Imperio que los romanos extendieron por Europa, África y Asia, un lugar donde se acumulaban templos, arcos del triunfo, basílicas y santuarios.
Pero al principio, el Foro no era otra cosa que una ciénaga atravesada por un torrente que iba a desembocar en el Tíber, y en ella los primeros romanos, que habitaban cabañas en la cima de las colinas Capitolina y Palatina, enterraban a sus muertos.
Tras la fundación mítica de la ciudad, los reyes etruscos drenaron la ciénaga e instalaron allí su palacio.
Después, es bien conocido que desempeñó funciones políticas, judiciales y comerciales; pero el Foro era mucho más: era el centro de la vida romana, y como tal fue cambiando y adaptándose.
Fue cementerio, palacio, parlamento, tribunal, archivo, cárcel, mercado, museo, templo, anfiteatro, universidad, agencia tributaria, lugar de representación e, incluso, actuaba como reloj.
Durante la primera época de la República (509-27 a.C.) su función principal fue la de mercado.
El "Macellum", gigantesco mercado alimentario, se situaba en parte donde después se irguió la Basílica Emilia, y continuaba hasta el Templo de la Paz, cuya construcción acabó con él.
El Comicio, también destruido para dejar lugar al Foro de César, concentraba las atribuciones políticas, pero servía asimismo para medir el tiempo, en una época en la que no existían los relojes.
Un heraldo se situaba en los escalones de la Curia Hostilia y anunciaba el mediodía -cuando el sol pasaba entre los "Rostra" y la "Graecostasi"- y el inicio del ocaso, cuando pasaba entre la Columna Menia y la Cárcel Mamertina.
En esta prisión, donde San Pedro y San Pablo, a pesar de la tradición, probablemente nunca estuvieron, fueron ejecutados otros personajes importantes, como el jefe galo Vercingétorix o el traidor Cayo Sempronio Graco.
Sus graves delitos comportaban la reclusión en la celda más terrible, el "Tullianum", un agujero húmedo y oscuro excavado en la roca, de siete metros de diámetro y menos de dos de altura.
El Foro también tenía su propio "kilómetro cero", el "Miliareum Aureum", punto de partida de todas las calzadas imperiales, que en tiempos de Augusto indicaba la distancia a las ciudades romanas más importantes.
EL "OMBLIGO DE LA CIUDAD".
Muy cerca estaba el "Ombligo de la Ciudad", donde, supuestamente, Rómulo cavó un pozo en el que los primeros pobladores de Roma lanzaron tierra proveniente de sus lugares de origen. Tres días al año se abrían sus puertas, lo que era considerado nefasto, ya que a través de ellas salían los demonios del infierno.
La plaza del Foro también fue utilizada como estadio para los juegos de gladiadores antes de construirse el anfiteatro de Statilio Tauro y, más tarde, el Coliseo.
De hecho, bajo el nivel actual existen galerías subterráneas y montacargas, utilizados para izar a guerreros y animales.
En el Foro vivían, sin embargo, pocas personas, al menos en edad imperial.
En tiempos de Julio César, lo habitaban únicamente el Pontífice Máximo y las seis vestales, sacerdotisas que mantenían viva la llama sagrada. El mismo César fue el último Pontífice Máximo que vivió allí, y lo hizo hasta su muerte, tras lo cual Augusto cedió esas instalaciones a las vestales.
Éstas debían consagrar tres décadas de su vida al sacerdocio y mantenerse vírgenes. La pena por contravenir esta regla era la muerte, pero dado que la sangre de una vestal no podía derramarse, la ejecución se efectuaba por medio del enterramiento en vida. El destino no era más halagüeño para el amante, que era azotado hasta la muerte.
Como compensación, las vestales contaban con numerosos privilegios: liberadas de la potestad paterna, disponían de gran poderío financiero y su casa, de más de 7.000 metros cuadrados, contaba con todos los lujos de la época, desde un molino hasta termas.
La última etapa del Foro fue de glorificación imperial: en él colocaron sus colosales estatuas ecuestres Domiciano, Septimio Severo y Constantino.
Al final del Imperio se erigieron varias columnas votivas, a las que se añadió la del emperador bizantino Foca (608 d.C.), el último monumento de la milenaria historia del Foro Romano.
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