Desde hace más de medio siglo, un curioso misterio desafía a cuantos geólogos han intentado resolverlo sin éxito. Se trata de sólidas rocas, de todos los tamaños, que se mueven solas y aparentemente a sus anchas por una extensa área arenosa (que es el fondo de un antiguo lago) conocida como Racetrack Playa, en el Valle de la Muerte, California. Como prueba de sus «viajes», las rocas dejan largos rastros y huellas inconfundibles, como puede apreciarse en las fotografías.
Lo curioso, a juzgar por las marcas que dejan, es que no todas siguen una misma dirección, sino que sus trayectorias a menudo se cruzan y se superponen trazando una complicada red de huellas, como las que dejarían muchos coches pasando por un mismo cruce.
Tampoco los tamaños de las rocas parecen importar. Desde pequeñas piedras que caben en la palma de la mano a grandes peñascos más grandes que un hombre. Todas ellas se mueven, y nadie acierta a saber muy bien el por qué. Además, para terminar de complicar las cosas, los movimientos no se producen siempre, sino sólo en periodos muy concretos que se suceden cada dos o tres años...
Cambian de dirección
Muchas de las marcas dejadas por las rocas revelan, para colmo, que éstas pueden cambiar repentinamente de dirección, o incluso volcar y seguir arrastrándose, o deslizándose, o sea lo que sea que hagan, sobre cualquier otra de sus caras. Son frecuentes los grupos de piedras que han comenzado a moverse en paralelo y en los que uno de los miembros, de repente, cambia de rumbo, hacia la izquierda o la derecha, o incluso en dirección contraria, desandando el camino que había hecho hasta el momento.
A pesar de que se sabe a ciencia cierta que las rocas se mueven, nadie las ha visto aún mientras lo hacen, y tampoco se conoce por lo tanto la velocidad a la que se desplazan.
Fueron los geólogos Jim McAllister y Allen Agnew quienes, en 1948, repararon por primera vez en el extraño fenómeno mientras realizaban estudios en la zona. E inmediatamente comenzaron las especulaciones. Y las expediciones científicas específicamente enviadas para aclarar un misterio que dura hasta nuestros días.
Hasta ahora se han aventurado varias hipótesis, pero por el momento ninguna ha podido ser comprobada. La que goza de mayor aceptación achaca el inusual movimiento al agua que periódicamente surge de debajo la superficie y que se congela formando láminas de hielo sobre las que las rocas se deslizan. Esta teoría fue propuesta por primera vez por George M. Stanley en 1955 y es apoyada desde entonces por numerosos científicos.
Sin explicación
Otros, sin embargo, como Robert Sharp y Dwight Carey, sostienen que las características de los rastros dejados por las rocas no pueden deberse, por su geometría, a un deslizamiento sobre hielo. No ha faltado incluso quien apunte que el fenómeno sólo es posible si se da, a la vez, el suelo helado y un fuerte viento, que daría impulso a las piedras. Claro que eso no puede explicar el motivo por el que algunas cambian de dirección o empiezan, incluso, a ir marcha atrás.
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Durante los últimos veinte años, investigadores equipados con instrumentos cada vez más sofisticados han acudido al Valle de la Muerte (una de las regiones más inhóspitas del mundo), en busca de una explicación. Pero nadie lo ha conseguido todavía.
Fuente: ABC
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