Originado en la antigua India hace unos tres mil años, el jainismo rechaza cualquier forma de violencia. Su practicante no aspiraría a encontrar el paraíso, sino a conquistar la Moksha, o liberación del continuo ciclo de muertes y renacimientos, la trascendencia absoluta de la conciencia, las nociones de espacio y tiempo y el peso del Karma.
El camino para alcanzarlas es el respeto a todo lo que vive y el absoluto control de las pasiones.
Según sus ideas centrales, el universo es eterno: como nunca fue creado, tampoco puede dejar de existir. Sin embargo, se divide en ciclos claramente diferenciados. Durante el ciclo Utsarpini la ética, el progreso, la felicidad y la vida de hombres y mujeres superan su deterioro total y alcanzan su máxima perfección.
En el ciclo Avsarpini el deterioro recomienza hasta llegar al extremo más bajo. De acuerdo con esta visión el cambio de ciclo se anuncia por el crecimiento de árboles que conceden sus deseos a todos los humanos, y por el nacimiento de pares de gemelos (hombre- mujer) que deben permanecer juntos toda su vida.
Los jainistas piensan que actualmente nos hallamos en una de tantas fases del deterioro que se prolongará 19,000 años más y cuyo extremo más agudo se manifestará en la pérdida absoluta de la fe religiosa.
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