Hace algunos días la Oficina de las Naciones Unidas (ONU) publicó un informe sobre las catástrofes naturales que se abatieron sobre el planeta en las últimas décadas.
Los terremotos encabezan la macabra estadística con el 60% de las tragedias ocurridas entre 2000 y 2010, luego siguen las tormentas con el 22% y las temperaturas extremas con el 11%.
Un total de 38,000 desastres naturales se cobraron más de 780,000 víctimas. Recordemos que sólo el tsunami que se abatió sobre Indonesia en el 2004 causó más de 200,000 víctimas fatales. Sismos, aludes, tormentas de gran intensidad, tornados y huracanes, tsunamis, nevadas mortales o temperaturas que superaron los 50º, fueron algunas de las catástrofes que la naturaleza nos deparó en los primeros diez años del Siglo XXI.
No se necesita ser un experto para intuir la mano del hombre detrás de estos desequilibrios ecológicos que, en nombre del progreso, acaban por diezmar a la población, especialmente en las zonas más vulnerables.
El reciente sismo de Japón, y el impresionante terremoto de Chile, de escala 8.8 de Richter, con más de 700 muertos, parecen confirmar estas negras predicciones.
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