Monday, March 8, 2010

el Manuscrito Voynich



¿Puede un engaño hacer tontos a los científicos durante 535 años? ¿Es posible que un código oculto haya derrotado incluso a los criptógrafos del ejército americano que descubrieron las claves de la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo es posible que, habiendo sido descifrados todos los códigos medievales ya en el siglo XIX, haya aún un documento que se resiste a todos los esfuerzos? ¿Es verdad o mentira que existe un libro al que los estudiosos llaman “El Misterio de los Misterios”?
Sucedió un día de 1912: el librero lituano de origen polaco Wilfred Voynich, para entonces residente en Londres, se encontraba de viaje por Italia en busca de libros raros o incunables para su tienda exclusiva para coleccionistas. La mercadería que Voynich comerciaba incluía mapas originales de la expedición de Magallanes, libros ilustrados a mano por Mantegna o el Giotto y obras de alquimistas y filósofos antiguos. No faltaríamos a la verdad si dijésemos que Voynich era un experto que conocía como nadie su actividad.
Sin embargo, al llegar al monasterio jesuita de Villa Mondragone en Frascati, cerca de Roma, para comprar libros, un ejemplar puesto a la venta por los sacerdotes le llamó la atención como nunca antes.
Se trataba de un volumen en cuarto, cubierto de extrañas ilustraciones y escrito en unos raros caracteres que el experto no pudo identificar. Lo compró, por supuesto, y se lo llevó consigo. Nunca pudo lograr descifrarlo, y el increíble volumen persiste en ocultarnos sus secretos hasta el día de hoy.
El tomo no lleva firma, nombre del autor ni título: en consecuencia, los estudiosos lo han bautizado con el nombre de su redescubridor moderno. Se lo llama “El Manuscrito Voynich”. Cuenta con unas 250 páginas de texto incomprensible, y está poblado de cientos de grandes dibujos de plantas, diagramas astronómicos, zodíacos y una enorme multitud de pequeñas imágenes de mujeres desnudas.
Lo primero que Voynich hizo al llegar a Londres con su libro fue fotografiar casi todos sus folios y enviar las reproducciones a una amplia variedad de expertos: lingüistas, profesores universitarios, historiadores y medievalistas. Sus esfuerzos no le reportaron ninguna solución. Nadie pudo deducir de qué trataba el volumen, qué clase de código ocultaba el texto ni ningún otro detalle acerca de él.
Voynich murió en 1931 sin haber llegado a estar más cerca de traducir su libro que en el día en que lo vio por primera vez. Desde entonces, el Manuscrito Voynich se ha hecho célebre por los sucesivos fracasos que todos los que tuvieron la oportunidad de estudiarlo debieron acabar confesando.
Más allá de ello, el contenido visual del manuscrito es asimismo extraordinario. Excepto una o dos, las plantas dibujadas en sus páginas son desconocidas por la botánica. Salvo unas pocas, tampoco las constelaciones corresponden a estructuras visibles en el cielo nocturno. Las mujercillas o ninfas desnudas nadan en indescriptibles sistemas de cisternas, tinas y fuentes conectadas por complicados sistemas de conductos, vávulas y derivaciones. Nadie, hasta el momento, ha podido comprender el sentido de estas imágenes, ni que utilidad tendría ilustrar un manuscrito con estrellas y vegetales que no existen. Si bien el Voynich tiene todo el aspecto de ser un manual de alquimia o medicina medieval, algunas otras características lo convierten en un enigma aún más apasionante.
Los lingüistas se han dado por vencidos incluso en determinar el lenguaje de base de su cifra. Nadie sabe si el libro está escrito, por ejemplo, en latín o en inglés.
A la falta de un método para traducir sus textos, se agregaba la circunstancia de que el libro había desaparecido durante 246 años, es decir, entre la fecha de una carta que lo acompañaba y su descubrimiento por Voynich. La única pieza de información histórica con que contaba éste era esa carta, fechada en 1666, que ha sido bautizada por los estudiosos como la Carta Marci. Johannes Marcus Marci de Cronland, autor de la misma y rector de la Universidad de Praga, solicita al docto científico alemán Athanasius Kircher, que le descifre el manuscrito. Por lo que parece, no obtuvo respuesta y falleció pocos meses después. Lo importante, sin embargo, es que en su carta establece el lugar de origen del manuscrito y arriesga (citando opiniones de terceros) una hipótesis sobre su autor. Dice Marci que el manuscrito provenía de la biblioteca personal del Sacro Emperador Romano en Praga, Rodolfo II, y que lo había comprado por una fuerte suma (600 ducados, aproximadamente 40.000 euros actuales). Manifiesta también que uno de los expertos de la corte y profesor de los hijos del emperador decía a quien quisiera escucharlo que el manuscrito era obra del inglés Roger Bacon, el celebérrimo teólogo, filósofo, fraile franciscano y científico del siglo XIII.
Lamentablemente, ninguna de las afirmaciones de Marci ha podido demostrarse (en particular en lo que se refiere al origen baconiano del Manuscrito) y la falta de respuesta de Kircher a sus requisitorias es prueba suficiente de que el monje jesuita, uno de los hombres más sabios de su siglo, tampoco pudo contra el misterio del manuscrito.
A partir de la Carta Marci, como se ha dicho, el manuscrito desaparece hasta ser recuperado en el siglo XX. El último en poseerlo había sido un jesuita (Kircher) y luego aparece en manos de jesuitas (el colegio de Villa Mondragone). ¿Está la Compañía de Jesús relacionada con el misterio del Manuscrito Voynich? La investigación llevada a cabo hasta el momento parece demostrar que sí, y que dos personas en concreto se ocuparon de salvar y preservar el manuscrito para la posteridad.
Los intentos por traducir el Manuscrito Voynich, más allá de los hipotéticos de Athanasius Kircher (según se desprende de la Carta Marci) han persistido reportando fracasos hasta la actualidad. Desde los criptógrafos que descifraron los códigos de la Armada Imperial Japonesa en la II Guerra Mundial (Friedman y su equipo) hasta médicos, abogados, filólogos y lingüistas, todos ellos han descubierto que el Manuscrito Voynich es superior a los conocimientos actuales y se resiste a los ataques efectuados desde cualquier ángulo. ¡Hasta los métodos de datación por carbono-14 han dado resultados ambiguos!
Sin embargo, un psicólogo inglés de la Universidad de Keele, Gordon Rugg, cuyo interés no reside estrictamente en la traducción del manuscrito, ha abierto interesantes posibilidades. Junto con su asociada Joanne Hyde y su alumna Laura Aylward, este especialista en teoría del conocimiento comenzó preguntándose por qué nadie había podido descifrar el documento, y qué ciencias, teorías y conocimientos se habían aplicado en la lucha. Encontró métodos que incluían el estudio de las zonas “grises” del conocimiento (las partes periféricas de cada ciencia que no son muy estudiadas pòrque cada especialista cree que queda fuera de su propio campo) y, aplicando nuevas técnicas de investigación, comenzó a interesarse en las zonas menos estudiadas de la cuestión Voynich.
Así, comenzó poniéndose en el lugar del autor del manuscrito y, haciendo uso exclusivamente de herramientas criptográficas de aquella época (fines del siglo XV o principios del XVI) está actualmente intentando reproducir un manuscrito que comparta las inusuales características lingüísticas del texto del manuscrito. Si Rugg consigue esto, habrá dado el primer paso importante en el estudio del libro: no habrá podido traducirlo pero sí explicar cómo se lo realizó. Es algo que jamás se ha conseguido, y comprender la técnica utilizada puede abrir definitivamente el camino de su desciframiento.
En la misma línea, Rugg opina que su sistema de analizar problemas complejos que requieren del conocimiento de especialistas en varios campos (en el caso del manuscrito, por ejemplo: lingüistas, historiadores, criptógrafos, medievalistas y filólogos) puede ayudar a aproximarse a otros misterios aún no resueltos que significan la diferencia entre la vida y la muerte para muchas personas. Las causas de enfermedades como el Mal de Alzheimer caen de lleno dentro de esta categoría de problemas científicos, y Rugg cree que su análisis de “zonas grises” puede ayudar a la ciencia a responder preguntas que en apariencia no tienen solución.
Consiga Rugg su objetivo o no, y se pueda obtener algún día la solución al enigma del Manuscrito Voynich, la fascinación por este apasionante logro del intelecto humano continuará. Se trata, sin duda, de uno de los misterios más interesantes de la historia humana y, a no dudarlo, seguirá dando que hablar y llenando de preguntas a nuestra imaginación.
fuente

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