Sunday, January 17, 2010

Violencia en barrios de Haiti

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Era inminente. Ante la incapacidad de distribuir víveres y agua a los damnificados del sismo del pasado martes, escaló ayer el saqueo y brotó la violencia.
La zona comercial más importante de esta ciudad, ubicada en el Centro Histórico, comenzó a ser invadida por cientos de desesperados haitianos en busca de alimento.
Unos se colaban por los huecos que quedaron en las estructuras colapsadas para aventar cajas con diversos artículos. Hasta cosméticos.
La lucha por conseguir algún producto implicó ayer codazos, patadas y empujones. Parejo. Mujeres y hombres. Es la batalla por la supervivencia.

Algunos más participaron en estas acciones armados con bates, machetes y palos; para ellos, nada iba a impedir alimentarse.
Los cascos azules nada pudieron hacer para evitar el saqueo.
Delegaciones de seguridad de Brasil y Bolivia no intervinieron. De hecho, han advertido a los rescatistas que extremen sus precauciones y les han dicho que no responderán por su seguridad luego de las 14:00 horas.
La única zona segura es el aeropuerto, copado por militares estadounidenses.
Al anochecer la situación ya es considerada como altamente peligrosa.
Aunque las labores de auxilio ya son visibles en Puerto Príncipe, la población está crispada.
"Es muy inseguro trabajar aquí, la gente se vuelca contra nosotros y nos pide víveres o agua y no rescate", dijo un integrante de la brigada de Costa Rica.
Algunas conflagraciones ponen nerviosa a la gente. Ayer, el Palacio de Justicia se incendió aparentemente por la acción de vándalos.
Y para colmo, un temblor de 4 grados orilló a la capital a la historia. No hay calma.
Por ello, los haitianos apuestan a la custodia de su propiedad. Se pueden observar asentamientos en el exterior de lo que fueron sus hogares, o simplemente esperan sentados con un anafre prendido para calentar la poca comida que consiguen.
Otra parte de la familia se dedica a la pepena.
El centro es un hormiguero, la gente va y viene, su principal prioridad es el alimento. Si no hay dinero, cambian objetos por comida.
Pantalones por frijoles, bicicletas por pollo o sillas por verdura.
"Los haitianos están acostumbrados al sufrimiento", resume el padre franciscano Colombano Arellano, de origen mexicano, de Zacatecas para ser exacto.
Con cantos y mensajes de paz alivia el llanto de los pobladores. Aunque sea un momento.
Pese al constante levantamiento de cuerpos, aún son incontables los hallados en plena vía pública.
Los hay en fosas comunes, en basureros, entre escombros, abandonados en las banquetas y unos más, calcinados para evitar la peste.
El calor contribuye. Tan sólo ayer alcanzó los 28 grados.
La prioridad para la ONU era evitar el brote epidémico, pero éste sigue siendo un factor latente en las calles y los hospitales.
A cuatro días del terremoto, la carencia de medicamentos y de personal médico es notable.
Los heridos continúan llegando a los hospitales y son destinados a esperar sobre una colchoneta hasta que exista la posibilidad de atenderlos.
En la zona centro es posible ver a las familias llevando a sus parientes en camas de madera en busca de algún médico. Es una tarea casi imposible, pero lo intentan.
La escena es triste. Cuatro lozas cayeron sobre más de 100 niños en la escuela primaria Lyccée Antane & Georges, al sur de la ciudad.
El maestro de español, Sinoia Adese, pone sobre el piso más de 70 credenciales de los alumnos que están bajo las ruinas de lo que fueron las aulas.
Familiares de los pequeños perdieron la esperanza de que algún niño esté vivo. Pero quieren el cuerpo.
Remover los escombros llevará meses. Extraer a los muertos también, pronostica la ONU y el Gobierno haitiano.

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