De acuerdo con el célebre literato Walter Scott sí existió.
En 1815 el vizconde de Castlereagh le relató que una tarde, cuando se hallaba junto a la chimenea, vio salir por la parrilla de ésta a un niño sin ropa y resplandeciente cuyo tamaño aumentaba a cada paso que daba.
Según otros testimonios, el pequeño asumía la apariencia de un gigante ligero y vaporoso, con una herida sangrante en la ceja, cuyos ojos brillaban furiosos y desesperados.
Este tipo especial de fantasma se originó en el folclore alemán, donde los niños radiantes se conocen como Kindermórderin y supuestamente son las almas en pena de los infantes asesinados por sus propias madres.
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